Recién llegado a Cannes en la Competición Oficial, el director rumano Emanuel Parvu ha presentado su tercer largometraje, Tres kilómetros hasta el fin del mundo, una dura película sobre el ostracismo y el intento de seducción de un joven homosexual en un remoto pueblo del delta del Danubio rumano.
El aire vigorizante y los verdes paisajes de estas remotas regiones tenían todos los ingredientes de una encantadora fábula primaveral. Y eso es lo que hace que lo que ocurre a continuación sea aún más repugnante. El joven Adi(Ciprian Chiujdea) sale de un club nocturno y conoce a un chico en una escena que, aunque táctil, algunos dirían perfectamente inofensiva. Cuando vuelve a casa, Adi tiene la cara y el cuerpo hinchados. Nos enteramos, junto con sus padres, de que ha recibido una paliza a causa de su homosexualidad, mantenida en secreto hasta ahora.
Así comienza un periodo insoportable para el joven e impensable en los tiempos que corren, y eso que la película está ambientada en la actualidad. La película alterna entre el padre que intenta comprender por qué su hijo ha llegado a amar a los hombres, la madre que intenta culpar de la situación al alcohol, el padre de los agresores que apoya a sus propios hijos y su acto de "valentía" por la salvación y la salud de la sociedad, o el cura local que se pregunta si esta desviación es el resultado de la vacunación contra el Covid y recomienda colocar una Biblia bajo la almohada de Adi para extraer el espíritu maligno.
Emanuel Parvu filma una sociedad enferma y a la vez tan ordinaria, enredada en creencias de otra época, moldeada por la mirada de los demás y el miedo a ser denunciado por el vecino, torturada por la corrupción a todos los niveles, hasta en la policía, más inclinada a excusar los hechos -e incluso a tratar de encubrirlos- que a encontrar a los agresores y llevarlos ante la justicia. La tragedia y la vergüenza que caen sobre la familia sólo son igualadas por la violencia de las palabras que recibe Adi, ya destrozado por los golpes físicos.
Encerrado (en el sentido más literal, en su habitación), es el actor involuntario de una violenta y brutal escena de exorcismo, a petición de sus padres, con la complicidad del sacerdote. Para contrastar aún más con esta escena infernal, el director rumano opta por la puesta en escena más académica, jugando con los bordes del encuadre para hacer brotar las esperanzas del joven pillado en falta y captar las masas bajas de los verdugos.
Ante este desastre anunciado, la película ofrece un rayo de esperanza en forma de la joven Ilinca(Ingrid Micu Berescu), su prometida y ahora confidente, que le ayuda a respirar hondo y a escapar sin mirar atrás.