El Día de Muertos, también conocido como Día de los Muertos, es una de las celebraciones más emblemáticas de México. Fusión de tradiciones indígenas mexicanas y creencias católicas, esta festividad, que tiene lugar generalmente los días 1 y 2 de noviembre de cada año, se celebra ampliamente en todo México, así como en ciertas comunidades de origen mexicano de todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos.
El Día de Muertos, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se remonta a la época precolombina, mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles. Las civilizaciones indígenas, sobre todo aztecas y toltecas, practicaban rituales para honrar a sus antepasados y a los muertos.
Estas celebraciones tenían lugar en agosto, coincidiendo con el final del ciclo agrícola del maíz, la calabaza, los guisantes y las habas, pero los españoles cambiaron posteriormente la fecha para hacerla coincidir con el Día de Todos los Santos y la fiesta católica de los difuntos. Una forma de permitir que esta tradición indígena se incorporara al calendario religioso católico, un ejemplo clásico de sincretismo cultural y una forma de que el pueblo mexicano perpetuara sus rituales y creencias indígenas fingiendo respetar las tradiciones cristianas.
Sin embargo, el vínculo entre estas tradiciones prehispánicas y la versión actual del Día de Muertos es difícil de establecer, según los historiadores, ya que esta última fue popularizada a partir de la década de 1920 por los gobiernos nacionalistas surgidos de la revolución de 1910, que pretendían establecer y promover una cultura popular nacional unificada.
Basado en la creencia de que las almas de los difuntos regresan a la Tierra para visitar a sus seres queridos, el Día de Muertos se desarrolla en varias etapas para celebrar con alegría la vida y la memoria de los fallecidos. De hecho, la fiesta se desarrolla en dos días: el 1 de noviembre, conocido como Miccaihuitontli, Día de los Inocentes o Día de los Angelitos, se dedica a honrar a los niños fallecidos. El 2 de noviembre, conocido como Hueymiccalhuitl, está dedicado a los adultos fallecidos.
Para honrar a sus difuntos y recordarles que son queridos y no olvidados, las familias preparan en sus casas altares de varios niveles llamados ofrendas, decorados con flores de cempasúchil, velas, crucifijos, incienso y copal, que simbolizan el paso de la vida a la muerte, alimentos, objetos personales y fotografías del difunto. También hay panes especiales llamados de muerto, dulces, bebidas y objetos tradicionales como calaveras -de azúcar, chocolate o plástico- y papel picado -recortes de papel de la artesanía mexicana-.
Los cementerios también ocupan un lugar central en las celebraciones del Día de Muertos. Las familias visitan las tumbas de sus seres queridos para limpiarlas, decorarlas y hacer ofrendas, arrojando pétalos de flores al suelo y encendiendo velas para guiar a las almas a sus tumbas. La caléndula, una flor de color naranja brillante, es una de las flores más importantes del Día de Muertos, ya que se considera la flor de los muertos, que supuestamente guía las almas de los difuntos hasta sus familias.
En las ciudades y pueblos, las calles y plazas se adornan con calacas (esqueletos) y catrinas (elegantes mujeres esqueleto). La gente se maquilla la cara para parecer esqueletos y los trajes suelen adornarse con motivos florales y huesos cruzados. Los desfiles y procesiones también son habituales en muchas ciudades mexicanas, donde los participantes lucen excéntricos trajes y bailan al ritmo de la música tradicional.
Sin embargo, aunque el Día de Muertos es una celebración alegre y colorida, hay que tener en cuenta que las creencias y tradiciones pueden variar de una región a otra de México, e incluso dentro de una misma familia. Algunas prefieren un enfoque más religioso, mientras que otras se centran más en la dimensión cultural y festiva de la celebración.
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